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Ciudad de todos

Poco antes de asumir su mandato, el actual intendente amenazó con la paralización de permisos de edificación para todo el barrio de Nueva Córdoba, lo cual motivó la apresurada presentación de incontables expedientes de proyectos, incluso más de uno por lote, para ser aprobados, antes de que fuera puesta en práctica esta medida. El pretexto para semejante decisión era la incapacidad de la planta purificadora de líquidos cloacales para tratar el volumen de efluvios procedentes de los hogares de todos los cordobeses.

El dilema, para ponerlo en trazo grueso, era detener por un plazo prolongado el tan esperado ciclo de reactivación que pondría a trabajar a tanto desocupado fruto de la crisis del 2001 hasta tanto se construyera la nueva planta de tratamiento, o, como graficó un asistente en una encrespada reunión de profesionales y emprendedores en el Colegio de Arquitectos de nuestra provincia: “asumir que somos una ciudad del tercer mundo y que debemos convivir con la mierda en el río hasta que se culminen los trabajos requeridos”.

Cuatro años más tarde, la variedad y cantidad de emprendimientos residenciales reflejan un clímax justificado solamente por los excedentes de la exportación de soja combinados con la volatilidad de los activos que transforman a la inversión inmobiliaria en el boom del crecimiento económico. Mientras tanto la planta potabilizadora sigue en construcción y todos hacemos narices sordas a la contaminación del río. En ausencia de una sensata previsión, responsabilidad compartida por funcionarios y emprendedores, el espacio entre una superficial intención y la contundente realidad es llenado por un desequilibrio edilicio que pone en jaque la calidad ambiental de esta ciudad mediterránea. Si poco nos preocupa convivir con las heces de todos los días, que podemos esperar del espacio público, la infraestructura de servicios o menos aún, de la preservación de nuestro patrimonio ambiental.

En la desusada oferta de modelos habitacionales, donde algunos pretenden ser castillos y otros el barrio de mis (sus) sueños, señoriales countries obligan a onerosas extensiones de infraestructura en un generoso reparto de tierras mientras los más desposeídos se apropian de uno de los escasos recursos naturales instalando una extensa villa a la vera del canal norte.

Y mientras las sufridas amortiguaciones de nuestros vehículos soportan los cotidianos baches de calles y avenidas, barrios enteros carecen de luz con las tormentas y Córdoba, la Docta, no tiene una biblioteca digna de su nombre.

Como la intempestiva disposición del intendente, hoy un concejal propone la restricción de ingreso de vehículos privados al centro. Con las mejores intenciones, una medida aislada solo agregará confusión y caos al ya colapsado sistema de transporte público. Meses atrás el municipio solicitó opinión pública sobre una medida técnica respecto a magnitudes y alturas en determinados barrios residenciales (los barrios del Oeste, los de clase media, sino alta) confundiendo los intereses de todos los ciudadanos con los supuestos enfrentamientos entre emprendedores y vecinos particularizados.

No menos esclarecedora de la situación de parcialidades que vivimos fueron los violentos ímpetus preservacionistas que reaccionaron frente a las transformaciones del Palacio Ferreira a efectos de ser convertidos en Museo, pero nada han dicho de las incontables modificaciones sufridas por maravillosos objetos, menos aristocráticos por cierto, como el Colegio Manuel Belgrano.

Expresiones solitarias, son el símbolo de ausencia de un proyecto integrador que perfile una ciudad deseada, la ciudad posible.

Fragmentada por intereses particulares y sectoriales que pugnan por sus derechos, Córdoba está vacía de proyecto. La planificación, por ahora, es tardía y escasa. En una puja de todos contra todos, privado contra público, emprendedores contra vecinos, arquitectos contra municipio, mientras colapsan los servicios e infraestructura, los que perdemos somos los ciudadanos.

El desarrollo de una ciudad es el indicio de nuestra voluntad de acordar un ámbito social común que otorgue una plusvalía a este habitar urbano tramitando su esencia primigenia: ser el ámbito de encuentro e intercambio, lugar democrático de fricción de clases donde todos podamos mezclarnos sin restricciones y reaseguro físico de una identidad común en la que todos somos cordobeses por igual, lejano a alambradas de barrios cerrados, o ghettos comerciales que fomentan la discriminación.

Pero la veloz contemporaneidad nos exige nuevas respuestas que aseguren estos designios frente a los desafíos de variadas contaminaciones, deshilachadas descentralidades, el crecimiento demográfico, los variantes flujos, las desigualdades sociales y las mediáticas demandas de seguridad.

El crecimiento descontrolado de la planta urbana, fruto de tensiones especulativas consecuentes con aleatorios ciclos económicos, nos obligan a desarrollar nuevas herramientas que superen estáticos preceptos de alturas máximas o factores de ocupación como únicos dogmas. La dinámica urbana nos muestra que la realidad solicita complejos programas que superan los viejos edificios de usos únicos u áreas monovalentes. La acción pública debe fortalecer estas energías propendiendo a una hibridación de usos mixturada con una adecuada planificación residencial que favorezca las integraciones sociales.

Se torna imprescindible un riguroso mapeo de densidades, usos, infraestructuras y equipamientos que nos permita establecer relaciones que “diseñen” el sesgo de una ciudad de gestión múltiple donde el accionar público active los sectores postergados y los emprendimientos privados sean los potenciales del espacio comunitario y no sus límites. Se trata de una comprensión global para desarrollar áreas o sectores en particular.

No es tarea aislada del municipio, debe ser apoyada por la ajustada coordinación con los emprendimientos provinciales, y respaldada con la adecuada articulación de los grandes proyectos privados.

Pero es responsabilidad de la administración estatal, la que cuenta con numerosas herramientas para favorecer su voluntad en la gestión de sus diversos recursos (impositivos, combinación de mejoras de superficies, restricciones u obligaciones legales, etc.) indicar el camino, fijar la metas y orientar las estrategias que integren a los diversos actores. Esto sólo se logra “construyendo” una visión social flexible y dinámica del territorio, actualizando ordenanzas y normativas, y dando prioridad a la Planificación como herramienta operativa de integración de las diversas áreas de gestión del municipio. La ciudad es hoy un todo complejo e inabarcable de un solo gesto, conviven en ella variadas realidades económicas y sociales las cuales deben encontrar su nivel de identidad común, una idea de espacio que nos alberga de manera mancomunada.

Una identidad que nos haga sentir ciudadanos responsables y partícipes de ese mismo ámbito compartido más allá de nuestras diferencias.

 

Arquitecto Diego Schmukler
Octubre 200