El año polar y una amenaza mundial
El año próximo comenzará uno de los acontecimientos
científicos de mayor importancia de todos los tiempos. Se
trata del Programa Internacional del Año Polar (API/07). Da
idea de su magnitud que en los dos años de tareas participarán
aproximadamente 10.000 investigadores de 50 países, que disponen
de 10.000 millones de dólares para llevar adelante más de
mil trabajos vinculados con muy diversas especialidades. Quince
de esas labores serán responsabilidad de expertos de nuestro
país.
Por la complejidad de la organización del API fue convocada
una reunión preparatoria -Ecopolar/06- efectuada hace pocos
días en Ushuaia, con los auspicios del Instituto Antártico
Argentino y la Dirección de Asuntos Antárticos de la Cancillería,
y la participación de personal científico del Centro Austral
de Investigaciones Científicas (Cedic).
En ese encuentro reciente hubo declaraciones de sumo interés
respecto de problemas vinculados con el futuro planetario.
La gran pregunta que inquieta a todos y será cuestión central
del API/07 es ¿a dónde lleva el calentamiento global? Sin
duda, mucho se ha venido conociendo y difundiendo durante
los últimos años, cada vez con mayor certidumbre y alarma.
Se aportará ahora mayor conocimiento vinculado con los cambios
que se operan en las regiones polares, lo cual debería influir
para que los organismos que correspondan tomen las decisiones
apropiadas para mitigar y ponerle remedio al creciente deterioro
del medio ambiente.
Una de las afirmaciones más impactantes fue enunciada por
David Carlson, geólogo de gran prestigio internacional y director
del futuro API. Según sostuvo, como pronóstico de la más alta
credibilidad, dentro de cincuenta años dejará de existir el
Polo Norte, pues los hielos se habrán de derretir -ya lo vienen
haciendo, a razón del 8% anual de su superficie- y sólo quedará
el mar.
Ocurre que de acuerdo con las observaciones de diversas fuentes,
fundadas en registros logrados con distintos instrumentos
de medición y a través de espaciados intervalos, la reducción
final de la superficie polar ártica se producirá poco más
allá de la mitad de este siglo. Ello habrá de significar la
desaparición de gran parte de su fauna, la pérdida de los
ecosistemas que limpian la atmósfera y el agua del óxido de
carbono, y, también, provocará severas alteraciones en el
nivel, composición y temperatura del mar. Consecuentemente,
toda esa negativa conjunción redundará en profundos cambios
en las regiones continentales y afectará gravemente la vida
humana. Además y como si eso fuese poco, al fundirse aquellos
hielos disminuirá la radiación solar reflejada por la Tierra
y, en consecuencia, se intensificará el calentamiento del
mar y de la atmósfera: el saldo será que también comenzarán
los deshielos del continente antártico y de Groenlandia, frígida
erosión cuyas consecuencias definitivas serán impredecibles,
aunque no es desatinado augurar que, por la parte baja, habrán
de causar gravísimos perjuicios.
El panorama, apenas bosquejado -no son aquellas las únicas
amenazas ambientales que, a modo de espada de Damocles, penden
sobre el porvenir de la humanidad-, es trágico para nuestro
planeta y sus habitantes. Cabe reiterar la pregunta: ¿cuándo
el hombre detendrá acciones que están gestando calamidades
que pronto serán inevitables?
El calentamiento global, eje de los males, es el resultado
de la emisión de gases cuya producción hace tiempo que se
reclama sea controlada y disminuida. Los pasos del protocolo
de Kyoto exigen ser concretados con creciente y decidida firmeza,
pero aún hay estados que se mantienen irreductibles en su
oposición a esa determinación conjunta y en su negativa a
acatarla.
Aquellas calamidades que hoy nos anticipan los científicos
no tienen como meta ningún exceso mediático. Tampoco han sido
emitidas con alegre irresponsabilidad, puesto que están fundamentadas
por los irreprochables antecedentes de los hombres de ciencia.
Esas autorizadas aseveraciones son, pues, frutos de trabajos
efectuados con metodología de última generación. Y los hechos
van confirmando los pronósticos. El API/07 debe, entonces,
promover decisiones que rescaten a nuestro mundo de los tangibles
peligros que amenazan su existencia y la de toda la humanidad.
Fuente: LA NACION | 22.06.2006 | Página 18 | Opinión