Los agrocombustibles no parecen ser los de mejor performance desde el punto de vista energético y ambiental. Su evolución futura, para ser compatible con los objetivos de un desarrollo ambiental y políticamente sustentable, tiene que encontrar formas para conciliar varios intereses contrapuestos.
La actual crisis global actual es más grave que las dos grandes que la precedieron: la “Larga Depresión” de 1873-1896 y la “Gran Depresión” que
estallara en 1929.
Es una explosiva combinación de crisis económica, ecológica, energética, alimentaria, que se despliega teniendo como contexto las ominosas consecuencias del cambio climático.
Este artículo se orienta a analizar algunas soluciones a la crisis energética y sus consecuencias.
Señalamos la importancia del sector de la energía por su contribución al progreso del país, dado que su influencia actúa directa o indirectamente en el aumento de todas las actividades productivas. La oferta de energía se debe adelantar a la demanda, en sus dos formas, como bien de consumo final y su utilización como factor de producción.
Consecuentemente la investigación sobre nuevas formas de energía es por demás urgente. El petróleo, el gas y el carbón, contribuyen al recalentamiento del planeta y se estima que las reservas de combustibles fósiles solo durarán cuarenta o cincuenta años.
Dado que el problema de la energía del futuro no quedaría resuelto, se plantea, entre otros, el uso de los llamados biocombustibles.
La bioenergía es una de las opciones renovables que la humanidad tiene por delante para satisfacer sus necesidades energéticas. No obstante el término “bioenergía” comprende varias tecnologías algunas más eficientes y apropiadas que otras. En las condiciones actuales de la oferta y la demanda de energía en el mundo, el uso masivo de las biomasas como fuente energética parece ineludible. Pero los biocombustibles tal como se están promoviendo en la actualidad, estrictamente restringidos al etanol y el biodiesel (que nosotros preferimos llamar “agrocombustibles”, en virtud de la materia prima y las características de los cultivos utilizados) no parecen ser los de mejor performance desde el punto de vista energético y ambiental. Su evolución futura, para ser compatible con los objetivos de un desarrollo ambiental y políticamente sustentable, tiene que encontrar formas para conciliar varios intereses contrapuestos.
Las precauciones y debates que hoy se tienen a raíz de la emergencia de los agro-combustibles es resultado de las enseñanzas que nos ha dejado la historia de la apropiación humana de la energía, especialmente durante el siglo pasado. Por estas enseñanzas hoy sabemos que sólo las razones científicas y técnicas no alcanzan, que sólo las variables económicas no son suficientes y que toda tecnología para la transformación de la energía en energía útil tiene impactos sociales y ambientales y externalidades económicas positivas y negativas.
Dice Eric Holtz-Giménez (1):
“El término permite a la industria, a los hombres, mujeres y políticos, al Banco Mundial (BM), a Naciones Unidas (ONU) e incluso al Grupo Intergubernamental sobre la Evolución del Clima GIECC) presentar los combustibles fabricados a partir de maíz, de la caña de azúcar, de la soja y de otros cultivos como la próxima etapa de una lenta transición, que parte desde el pico de la producción petrolera para llegar a una economía energética basada en recursos renovables que todavía no ha sido definida”.
Desde ya, los programas son ambiciosos. “En Europa se prevé que los combustibles provenientes de la biomasa cubran un 5,75% de los combustibles de transporte terrestre en 2010, y un 20% en 2020. Estados Unidos apunta a 35000 millones de galones por año” (2). Estos objetivos exceden por mucho la capacidad de producción de la agricultura de los países industrializados del hemisferio norte. Europa debería movilizar el 70% de sus tierras cultivables para mantener ese compromiso; la totalidad de la cosecha de maíz y soja de Estados Unidos debería ser transformada en etanol o biodiesel. Semejante conversión pondría patas arriba el sistema alimentario de las naciones del Norte. Es por ello que los países de la Organización de Cooperación y Desarrollo Económico (OCDE) miran al hemisferio sur para cubrir sus necesidades.
Indonesia y Malasia incrementan rápidamente sus plantaciones de palma aceitera para poder abastecer el mercado europeo de biodiesel en un 20%. En Brasil –donde la superficie de tierras cultivables dedicada a los cultivos para los combustibles ocupa ya un territorio del tamaño de lo Países Bajos, Bélgica, Luxemburgo y Gran Bretaña juntos-, el gobierno prevé multiplicar por cinco la superficie dedicada a la caña de azúcar. Su objetivo es reemplazar el 10% del consumo mundial de nafta de aquí a 2025.
Hay una gran rapidez y movilización de capitales, particularmente de multinacionales (British Petroleum –BP-; Archer Daniela Midland & Company –ADM-; Monsanto; Chevron y Volkswagen; Du Pont y Toyota), para concentrar en investigación, producción, transformación y distribución de sistemas alimentarios y de abastecimiento de combustibles.
Sin embargo, debemos estudiar algunas ficciones o mitos:
Nº1: Los agrocombustibles son limpios y no atacan al medio ambiente.
Cuando se analiza su impacto “de la cuna a la tumba” -desde la roturación del terreno a su utilización en el transporte terrestre- , “las limitadas reducciones en las emisiones de gases con efecto invernadero se anulan con aquellas, mucho más importantes, que originan la deforestación, los incendios, el drenaje de las zonas húmedas, las prácticas culturales y la pérdida de Carbono de los suelos. Cada tonelada de aceite de palma emite tanto o más carbónico que el petróleo”(3). El etanol producido a partir de la caña de azúcar cultivada en selvas tropicales desmontadas emite un 50% más gases con efecto invernadero que la producción y la utilización de la cantidad equivalente en nafta.
“Los combustibles industriales destinados a los agrocombustibles necesitan cantidades de abonos producidos a partir del petróleo, cuyo consumo mundial -45 millones de toneladas al año, duplicó el nivel de nitrógeno disponible, contribuyendo en gran medida con las emisiones de óxido nitroso, gas con efecto invernadero cuyo potencial de calentamiento global es 300 veces más elevado que el dióxido de carbono.
En las regiones tropicales -de donde saldrán muy pronto la mayor parte de los agrocombustibles-, los abonos químicos tienen entre 10 y 100 veces más efecto sobre el recalentamiento planetario que en las regiones templadas”(4).
“Producir un litro de etanol requiere tres a cinco litros de agua de riego y produce hasta 13 litros de aguas residuales. Se necesita el equivalente energético de 113 litros de gas natural para tratar estas aguas residuales, lo que aumenta la probabilidad que sean liberadas en el medio ambiente, contaminando así los ríos y las napas freáticas”(5). La intensificación de los cultivos energéticos para combustibles también tiene por consecuencia el agravamiento del ritmo de erosión de los suelos, en particular en el caso de la producción de soja (6,5 toneladas por hectárea por año en Estados Unidos, hasta 12 en Brasil y Argentina).
Según la FAO, si se continúa con las prácticas actuales, 500 millones de hectáreas de tierras arables desaparecerán, contando solo al tercer mundo.
De la India ya llegan noticias de campesinos desplazados para plantar jatropa para biodiesel.
Nº2: No comprometen la deforestación
En Indonesia, la palma aceitera, para producir biodiesel, es la causa principal de retracción de la selva. En 2020 se calcula que 16,5 millones de hectáreas de selva se perderán (equivale al 98% de la densidad selvática).
En brasil, los cultivos de agrocombustibles tendrán como resultado la expulsión de indígenas y campesinos pobres hacia la frontera agrícola del Amazonas. Se calcula la destrucción de selva húmeda en 325000 hectáreas por año con el actual ritmo.
Nº3: Permitirán el desarrollo rural
En los trópicos, 100 hectáreas dedicadas a la agricultura familiar crean 35 empleos. La palma aceitera y la caña de azúcar crean diez, los eucaliptos dos, la soja apenas uno y medio. Hasta hace poco tiempo, los agrocombustibles abastecían los mercados locales y subregionales. Incluso en Estados Unidos, la mayoría de las fábricas de producción de etanol, de un momento relativamente modesto, pertenecían a los agricultores. El boom actual hace que la gran industria entre en juego, creando economías de escala gigantesca y centralizando la explotación.
“Los grupos petroleros, cerealeros, de cultivos transgénicos refuerzan su presencia en toda la cadena de valor agregado de los agrocombustibles. Cargill y ADM controlan el 65% del mercado mundial de cereales; Monsanto y Sygenta dominan el mercado de los productos genéticamente modificados. Para sus semillas, sus imputs, sus servicios, la transformación y la venta de sus productos, los campesinos que producen para los agrocombustibles dependerán cada vez más de un acuerdo entre empresas fuertemente organizadas. Es muy poco probable que obtengan algún beneficio de dicho arreglo”(6). Resulta más verosímil que los pequeños productores agrícolas sean expulsados del mercado y de sus tierras.
“Cientos de miles ya han sido despojados en la “República de la soja”, una región de más de 50 millones de hectáreas que cubre el sur de Brasil, el norte de Argentina, Paraguay, y el este de Bolivia”(7).
Nº4: No causarán hambre
Según la Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO), hay suficiente cantidad de alimento en el mundo como para alimentar a todos sus habitantes con una ración diaria de 2200 calorías, bajo la forma de frutos frescos y secos, legumbres, lácteos y carne. Sin embargo, por ser pobres, 824 millones de personas siguen sufriendo hambre.
En consecuencia, la producción alimentaria entra a competir con la de los combustibles, para el acceso a la tierra, al agua y otros recursos.
A escala mundial, la gente más pobre ya gasta entre 50 y 80% de sus ingresos en alimentación. Sufren cuando los altos precios de los cultivos para combustibles hacen subir el precio de los alimentos. Con cada aumento de 1% en el precio del alimento, 16 millones de personas caen en la inseguridad alimentaria.
Nº5: Los agrocombustibles de “segunda generación” y otros
A los promotores de los agrocomustibles les gusta tranquilizar a los prevenidos afirmándoles que los combustibles que hoy se producen en base de cultivos alimenticios pronto serán reemplazados por otros.
“La industria apunta a producir plantas celulósicas, genéticamente modificadas –en particular árboles de crecimiento rápido - , que se descompongan fácilmente para liberar azúcares. Teniendo en cuenta la proclividad de la diseminación ya demostrada por los cultivos genéticamente modificados, pueden esperarse enormes contaminaciones.
Toda tecnología cuyo potencial permita evitar los peores impactos del cambio climático debe ser comercializada a gran escala en los próximos 5 a 8 años; una perspectiva muy poco probable es el caso del etanol extraído de la celulosa, producto que, hasta el presente, no implicó ninguna reducción en la emisión de carbono.
La Agencia Internacional de la Energía (AIE) estima que, en los próximos 23 años, el mundo podrá producir hasta 147 millones de toneladas de agrocombustibles”(8).
Semejante volumen estará acompañado por mucho carbono, óxido nitroso, erosión, y por más de 2000 millones de toneladas de aguas residuales. Por sorprendente que esto parezca, dicha producción sólo compensará el incremento anual de la demanda mundial de petróleo, actualmente estimada a 136 millones de toneladas por año. ¿Vale la pena?
Para las grandes empresas cerealeras como ADM, Cargill o Bunge, si lo vale.
De cada cinco dólares que se consumen en alimento, cuatro corresponden a la actividad de estas empresas en su conjunto.
Durante su campaña Barack Obama promovió los agrocombustibles como parte de su “nueva economía verde”. Es obvio que no consideró que los agrocombustibles tiene una eficiencia energética negativa, por lo que se explicitó anteriormente.
La elección de Tom Vilsack como secretario de agricultura y Steven Chu como secretario de energía, revelan que la Administración de EEUU, no solo continuará con esta dañina industria, a la que aseguró nuevos subsidios-que solamente beneficiarán a las transnacionales del sector-, sino también promover agresivamente el desarrollo de nuevas y más riesgosas generaciones de agrocombustibles, basadas en nuevos cultivos transgénicos y biología sintética.
Chu es físico y Premio Nóbel. Viene del Laboratorio Nacional Lawrence Berkeley, donde dirige un proyecto de energía cuya meta es “producir tecnologías transformadoras en nanotecnología y biología sintética”. Pero en lo que se mostró realmente apasionado es en el desarrollo de una “cuarta generación de biocombustibles”, a partir de biología sintética. Se trata, explicó, de microbios “entrenados”-léase manipulados con biología sintética, o sea mucho peor que solamente transgénicos- para transformar cualquier tipo de azúcares, no solo en etanol, sino también en “sustitutos similares a la gasolina, diesel y combustibles de jets”. Aseguró que se podría usar cualquier materia prima, como residuos de maíz y otros cultivos; pero lo interesante serían cultivos para forraje y otros para producir etanol celulósico (que necesariamente requieren biología sintética y transgénicos para ser procesados).
De hecho, el atractivo de estos agrocombustibles reside en su potencial de prolongar la economía basada en el petróleo.
Un documento llamado “Sustainable Energy: A Framework for Decision Makers”, preparado por UN-Energy (un grupo que reúne todas las instituciones y programas de Naciones Unidas que se ocupan de la energía) publicado el 9 de marzo de 2007, subraya las numerosas ventajas que derivan de los sistemas bioenergéticos, en relación con la reducción de la pobreza, el acceso a la energía, el desarrollo y las infraestructuras rurales. No obstante, advierte: “Los impactos económicos y sociales de la bioenergía deben ser evaluados con cuidado antes de tomar decisiones sobre el desarrollo del sector y sobre la naturaleza de las tecnologías, las políticas y las estrategias de inversión que vayan a adoptarse”.
Perspectivas
Si bien la crisis económico - financiera mundial abre un compás de espera, creemos que la economía superará la misma y su crecimiento no estará acompañado por un aumento similar de los yacimientos petrolíferos y gasíferos que parecen haber llegado a su cenit por lo que deberá ser complementada por otras formas de energía.
A nuestro pesar los EEUU y también Brasil tienen puestas sus expectativas en los agrocombustibles y sabemos que el imperio del norte basa parte de su poderío en las industrias del automóvil, el petróleo y la agroindustria (fertilizantes, semillas modificadas, agroquímicos, etc.), que ejercen fuerte lobby en el gobierno por lo que, "nos guste o no", los agrocombustibles pasarán a ser parte de nuestro panorama cotidiano con todos los costos asociados "pauperizar aún más los países subdesarrollados y el desastre ecológico".
Entendemos que la solución a largo plazo pasa por el desarrollo de la energía solar, eólica, mareomotriz, nuclear, la hidroeléctrica y el hidrógeno y la pila de combustible.
Algunas, como la hidroelectricidad, aún admiten su desarrollo en países emergentes, otras como la eólica, está avanzando sobre todo en Europa y la nuclear superó el síndrome de Chernobil y, "la necesidad tiene cara de hereje", vuelve a tener aceptación merced a mejoras en su seguridad.
El desarrollo de los agrocombustibles constituirá, a nuestro criterio, una etapa de transición que generará grandes tensiones sociales; esperamos que acabe antes que el desastre ecológico se haga irreversible.
Como botón de muestra de la resistencia al cambio a que nos enfrentamos, analicemos que pasó con la industria automotriz. El caso del motor Wankel, patentado en 1929; en 1970 se logró finalmente encontrar solución a los problemas tecnológicos que planteaba y lograr un motor competitivo; pese a ser netamente superior al motor alternativo (Mazda a desarrollado un motor biturbo que eroga 255 CV. con 1300 cc. en un vehículo de serie), no ha logrado imponerse transcurridos casi 40 años. Si un cambio menor como este choca con semejante resistencia, que pensar en lo que pueda pasar si se quiere reemplazar por vehículos movidos con hidrógeno (debemos acotar que Mazda está realizando pruebas en ruta en Suecia con un automóvil provisto de un motor Wankel que consume hidrógeno) o los motores eléctricos que fueron desarrollados por distintas empresas y luego silenciosa y misteriosamente desaparecieron.
Ing. Raúl E. Defagot
1 Director general de “Food First, Institute por Food and Development Policy, Oakland-EEUU”
3 MIOBOT, George: “If we want to save the planet, we need a five-year freeze on biofuels”; The Guardian; Londres; 27 de marzo de 2007.
4 ALTIERI, Miguel y BRAVO, Elizabeth: “ The ecological and social tragedy of biofuels”; primero de enero de 2007, www.foodfirst.org
5 The Ecologist; Londres; Mayo de 2007
6 DUFEY, Annie: “International trade in biofuels: Good for development? And good for environment?”; International Institute for Environment and Development; Londres; 2006
7 BRAVO, Elizabeth: “Biocombustibles, cultivos energéticos y soberanía alimentaria: encendiendo el debate sobre biocombustibles”; Acción Ecológica; Quito, Ecuador; 2006
8 www.iea.org/Textbase/subjectqueries/index.asp
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