A P I E   I n f o r m a

Boletín periódico bimensual | Número 40 - Mayo de 2015

Lo que los ecologistas callan


El artículo “El renacer de la Argentina nuclear” generó una réplica del biólogo y periodista especializado Sergio Federovisky.

 

 Aquí la autora de la nota le responde.

                 Verónica Ocvirk

http://www.eldiplo.org/blocks/press_content/icons/cap-E.pngs fácil oponerse a la energía nuclear, casi lo políticamente correcto. Ni siquiera hace falta afinar demasiado los argumentos: los temores que la fisión del átomo genera en gran parte de la opinión pública son tantos que con solo agitar ciertos fantasmas –Chernóbil, la bomba atómica, Mr.Burns contaminando Springfield con los residuos de su planta– resulta sencillo denostar de un plumazo la nucleoelectricidad en sí y un trabajo científico de años. No es raro, en ese sentido, que la nuclear sea la menos popular de las energías. En la edición de el Dipló de diciembre publiqué una nota (1) que fue objetada luego por otro artículo (2). Pero veamos si es posible, más allá de las chicanas, arrojar algo de luz sobre la cuestión. 


Demoliendo mitos

Para empezar, el hecho de ponderar como positivo que una parte de la matriz eléctrica argentina se genere por la vía nuclear no implica bajo ningún concepto negar el desarrollo de energías como la eólica o la solar, como se sugiere en la réplica a mi nota. Sería realmente fantástico que ambas ganaran participación en la matriz local, también que se cumpliera la Ley 26.190 de fomento a las energías renovables. ¿De dónde proviene entonces la idea de que el desarrollo atómico implica un freno para esa meta? Con Atucha II funcionando a pleno, Argentina pasará de tener un 3,8 a un 7% de su potencia eléctrica generada a partir de fuentes nucleares. Si la hidroeléctrica se mantiene en alrededor de 30% y las renovables rondan el 0,5%, estaría quedando cerca de un 62% generado a partir de fósiles para reemplazar por opciones renovables. No es perfecta la energía nuclear, ni la solución definitiva para cuando el petróleo se acabe o la quema de carbón termine por recalentar la atmósfera de un modo insoportable. Mi artículo no prescribe que de ahora en más toda la electricidad deba obtenerse del átomo, sino que habla, apenas, de una opción viable para reemplazar una parte de nuestra matriz, empleando la mejor tecnología disponible y contemplando tanto las ventajas como los inconvenientes de esta decisión. 

Mi nota tampoco menciona en ninguno de sus párrafos que la energía nuclear sea “barata”. Lo que sí explica con bastante detalle es que la generación atómica no es más cara desde el punto de vista de la operación y del combustible que una central requiere para funcionar, pero sí necesita de una altísima inversión inicial, que en el caso de Atucha II ascendió a los 18 mil millones de pesos.

Sobre el tema accidentes –espinoso, controversial e ideal para asestar golpes bajos– cité que en trece mil años de reactor-experiencia sólo se han producido tres accidentes graves (3), lo que probaría que la generación nuclear es segura más allá de que se pretenda tachar de impío a quien brinda un dato que no es más que eso: un dato. Pero además las cifras de muertes que enumera la réplica resultan discutibles. Algunas fuentes insisten en señalar que en Three Mile Island (EE.UU., 1979) no hubo víctimas fatales (4), en tanto Chernóbil (Ucrania, 1986) dejó, según un informe de las Naciones Unidas, un total de 64 muertos hasta el último registro en 2008 (5). En Fukuyima (2011, Japón) se produjeron miles de muertes, pero la mayoría se debieron al sismo seguido de un tsunami y ninguna –ni una sola– a la exposición radiactiva (6). Sí es cierto que en los tres casos debieron llevarse a cabo evacuaciones masivas que resultaron traumáticas hasta el punto de provocar defunciones por estrés. Y también es claro que se trata de un drama serio que merece ser reconocido. Pero es importante, al discutir la energía nuclear, diferenciar las razones por las que se produjeron las muertes y comprender por qué resulta tan difícil atribuir víctimas concretas a este tipo de accidentes. 
Si lo que se pretende es insuflar miedo a la población, Chernóbil resulta ideal. Se sabe que se trataba de una central pésimamente mantenida y con un diseño tan peligroso que nadie más usó en todo el mundo. Pero si se apunta Chernóbil clamando que “todas podrían serlo” se obtiene un poderoso argumento en contra de la energía nuclear. 
Toda industria entraña sus riesgos. Y no se trata de minimizarlos o naturalizarlos, sino de protegerse frente a ellos para estar preparados. A veces, por desconocimiento, se demanda que cierta actividad directamente deje de llevarse a cabo, cuando mucho más lógico sería exigir que se practique respetando las normas de seguridad y aplicando la última tecnología. 
Asusta el hecho de que la energía nuclear se haya empleado para construir una bomba, y es verdad que dominar esta tecnología supone que hoy podemos saber cómo fabricar armas nucleares. Pero clausurar el uso pacífico de la energía nuclear no parece ser la vía para que estas armas desaparezcan, del mismo modo que prohibir la aviación civil no haría desaparecer los bombarderos. En otras palabras: no nos vamos a deshacer de las armas nucleares olvidando cómo crearlas. 
La última crítica refiere al uranio. Mi artículo deja en claro que la energía atómica es limpia “solo” en el sentido de que no escupe por sus chimeneas dióxido de carbono que se esparcirá luego por la atmósfera, pero reconoce en forma explícita que la aplicación de las diversas tecnologías nucleares genera una fracción de residuos que no se puede reciclar ni reutilizar. Lo que no es cierto es que “nadie sabe qué hacer” con ellos, ni que sean inmanejables, ni que se trate de material que se encuentra “vagando sin rumbo por el planeta”. La generación nuclear no deja ningún residuo en manos de terceros, sino que se hace cargo y los mantiene en sus propias instalaciones. Y ese tratamiento involucra posiblemente una de las actividades más minuciosamente controladas de nuestro país, donde al respecto existe una Ley (25.018), suscripciones a tratados internacionales, un programa de la Comisión Nacional de Energía Atómica (el Programa Nacional de Gestión de Residuos Radioactivos) y un informe sobre el tema que todos los años se presenta ante el Congreso. ¿Que el uranio va a acabarse algún día? Es correcto. Pero el uranio es 500 veces más abundante que el oro y no tiene otro uso. Y si bien con la tecnología de hoy y al ritmo actual de consumo se estima que existen reservas para 80 años, la construcción de reactores que permiten el empleo de combustibles reciclados podría estirar esa previsión a varios milenios (7). 
Por lo demás, aprobar que una parte de nuestra electricidad se genere en forma nuclear no implica ser autoritario, ni dejar de reconocer la legitimidad de las democracias de los países que soberanamente deciden apostar a otras fuentes de energía. Mencionar el fracasado “proyecto Huemul” no significa defender a la Marina, y señalar que existe una tensión entre desarrollo y ambiente no supone endiosar a la ciencia, ni extorsionar al que opina distinto, ni acusar en bloque al ecologismo de querer regresar a la época de las cavernas. Todas estas son interpretaciones personales del autor de la réplica, que poco aportan al esclarecimiento del tema pero brindan un buen trampolín para cuestionar una postura habitual de cierto discurso ecologista. 


¿Cuál es la alternativa?
Es difícil ponerse en contra de la ecología. Hoy prácticamente no se puede no ser ecologista, y no está mal que eso suceda. ¿Cómo no tener en cuenta al medio ambiente en las decisiones estratégicas que toma una nación?
Pero lo que muchos ecologistas no terminan de explicitar es de qué manera sostendrían la demanda actual de energía si la idea es quemar menos combustibles fósiles pero evitando a la vez la generación nuclear y la construcción de nuevas represas hidroeléctricas. ¿De verdad creen que es posible suplir todo nuestro consumo eléctrico a partir de la energía solar, la eólica, la mareomotriz y la geotérmica? ¿Cómo lo harían, a qué costo y en qué plazos? ¿A través de qué red y con qué tipo de almacenamiento? Desaprobar el Plan Nuclear Argentino, ¿quiere decir que hay que cerrar las plantas, desmantelar la CNEA, acabar con la medicina nuclear y colgarle el cartel de cerrado al Balseiro? ¿Qué ganaríamos con eso? ¿Y cuál es, en el fondo, la alternativa?
Investigar un tema, realizar entrevistas, visitar centrales nucleares, leer informes, cotejar datos y escribir un artículo desde lo que honestamente se piensa no implica suspender la ética ni clausurar el debate. Cada quien levanta las banderas que quiere, o que puede. Pero hay una diferencia: criticar en el vacío es súper cómodo, en tanto ponderar políticas públicas concretas requiere mucha más información, mejores argumentos y, desde luego, otro compromiso.

1. “El renacer de la Argentina nuclear”, Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Nº 186, diciembre de 2014.
2. Sergio Federovisky, “La grieta nuclear”, 
Le Monde diplomatique, edición Cono Sur, Nº 187, enero de 2015.
3. Si se suman todos los años en que los distintos reactores llevan operando en el mundo.
4. http://internacional.elpais.com/internacional/2011/03/12/actualidad/1299884412_850215.html 
5.http://www.bbc.co.uk/mundo/noticias/2012/03/120308_fukushima_chernobyl_diferencias_mz.shtml
6. http://www.elmundo.es/elmundo/2011/04/12/ciencia/1302624007.html 
7. http://www.yosoynuclear.org/index.php?option=com_content&view=article&id=60:el-uranio-como-combustible-nuclear&catid=11:divulgacion&Itemid=22 

* Periodista.

© Le Monde diplomatique, edición Cono Sur

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